Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo pensando en situaciones futuras o preocupándonos (pre-ocuparnos, ocuparnos de algo de forma anticipada, por si no os habíais dado cuenta). Y eso que la mayoría de las preocupaciones (más de un 91% según estudios relativamente recientes) nunca suceden.
¿Pero acaso puedo manejar mis preocupaciones? Te preguntarás. La respuesta es sí.
Una de las formas más comunes de dejar de preocuparse es identificar y analizar racionalmente nuestras preocupaciones.
Yo me como la cabeza con frecuencia por lo que suelo recurrir a estos ejercicios.
COSAS DE LAS QUE NO VALE LA PENA PREOCUPARSE
Cuando notamos que estamos dando vueltas constantemente a un pensamiento y esto comienza a generarnos incomodidad, es aconsejable pararse, respirar hondo y hacerse una serie de preguntas basándonos en las cuatro íes de la preocupación:
1. Lo que no importa: las preocupaciones que no tienen importancia son como nubes. Parecen grandes a simple vista, pero carecen de peso real.
Pregúntate: ¿Vale la pena dedicarle tiempo a esto?, ¿Qué pasará con este problema dentro de unos días, meses, o años?, ¿realmente esto que me sucede es relevante para mi vida?
Por ejemplo: ¿es relevante que mi amigo haya tardado mucho en responder mi mensaje? No, porque lo más probable es que haya tardado por razones ajenas a ti (estar ocupado, cansado, etc.). Además, vuestra relación no se va a ver afectada por un retraso en WhatsApp.
2. Lo improbable: Si vas a invertir esfuerzos cognitivos (forma pedante de decir ‘’rallarte’’) que sea ante situaciones cuya probabilidad de ocurrencia es alta. ¿Qué sentido tiene preocuparse por algo que, probablemente, no suceda?
Ejemplo: Preocuparnos por sufrir una invasión zombi puede privarnos de disfrutar de las películas, series o videojuegos de esa temática. Puede quitarnos horas de sueño. Puede hacernos leer libros del estilo de “Cómo Sobrevivir a un Apocalipsis Zombi” en lugar de “Educar hijos felices en un mundo de locos” (aunque pensándolo bien, el primero parece más divertido).
3. Lo incierto: Tendemos a adelantar acontecimientos preocupándonos por las posibles consecuencias. Es una tendencia estrechamente ligada con la ansiedad y tiene cierto valor evolutivo (anticipar posibles resultados y prepararnos para actuar según se de uno u otro), pero de forma mantenida es algo que nos puede torturar.
Ejemplo: Preocuparnos por suspender un examen que ya hemos hecho no va a mejorar los resultados.
4. Lo incontrolable: Es tremendamente liberador aceptar que hay cosas que no podemos controlar e invertir nuestras energías en las cosas que sí podemos modificar.
Ejemplo: Preocuparnos por estar haciéndonos viejos no cambia el hecho de estar envejeciendo. Sólo añade estrés, ansiedad y mal estar a una situación natural, impidiéndonos disfrutar del presente.
Me he pasado años preocupándome por la aparición prematura de canas en mi hermoso cuero cabelludo y lo único para lo que me ha servido ha sido para acelerar la canosidad.
Una pregunta clave, que está relacionada con las cuatro situaciones anteriores es: ¿Qué es lo peor que podría pasar? Probablemente es algo que tenga solución, aunque sea una p*tada en mayor o menor medida. Por ejemplo, que te despidan, repitas curso, que tu pareja te deje… son situaciones complicadas, pero aun así tendrían solución.
Y es que preocuparse es un proceso pasivo que no genera soluciones, mientras que planear y actuar son enfoques activos que pueden realmente influir en las situaciones.
El hombre juicioso sólo piensa en sus males cuando ello conduce a algo práctico; todos los demás momentos los dedica a otras cosas.
Artículos relacionados
Cómo manejar el estrés: técnicas y estrategias efectivas
BIBLIOGRAFÍA
Healthier Scotland, 2006 http://www.scotland.gov.uk/.Publications/2006/03/22091556/10
LaFreniere, L. S., & Newman, M. G. (2020). Exposing Worry’s Deceit: Percentage of Untrue Worries in Generalized Anxiety Disorder Treatment. Behavior therapy, 51(3), 413–423. https://doi.org/10.1016/j.beth.2019.07.003